El amor del Clara (2010) de Tomás Raskin
Cuando el amor no es suficiente
Azucena Ester Joffe, María de los Ángeles Sanz
Cuando el amor no es suficiente
Azucena Ester Joffe, María de los Ángeles Sanz
En el espacio Entretelones teatro, un grupo de jóvenes artistas bucean en la posibilidad de un teatro otro, en un lugar “de formación, de estudio, de investigación, de entrenamiento y centralmente un lugar para la realización, la concreción y la experiencia del hecho artístico”, es allí donde se lleva adelante la puesta de El amor de Clara, escrita y dirigida por Tomás Raskin. Dos personajes juegan en un espacio que concentra sus ansias y sus desvelos la ficción que surge de la escritura; un escritor y su ayudante viven una trama por momentos asfixiante donde el planteo de la existencia del amor es negada una y otra vez por él, mientras ella busca hasta el límite de lo imposible volver desde la fidelidad de su sentimiento traerlo al registro de una verdad que como el amor concreto que tiene delante se niega a ver. Un planteo aparentemente simple sobre el desencuentro que se complejiza a través de los conceptos de irrealidad/realidad, tiempo/espacio, totalidad/fragmentación.
La dirección acierta en el minimalismo de la escenografía, el sincronismo de la música y en un vestuario atemporal que ratifica la incertidumbre en que se mueven los personajes y el espectador. Dentro del verosímil de su poética absurda1
El amor de Clara produce un pacto con el público a partir de las muy buenas actuaciones de Silvina Jontef y Charly Wesenack, que construyen sus personajes con una gestualidad eficaz más allá del registro de la palabra, produciendo un cúmulo de sensaciones que van desde la risa, hasta la ternura por esos seres desvalidos que no aciertan en un encuentro salvador, y que parecen registrar tiempos y estados diferentes. La secuencia reiterada del dictado de la novela es, sin embargo, el punto de inflexión, disparador de una nueva instancia en el desarrollo de la trama, tiempo reiterado que avanza en espiral hacia una definición que va creciendo con el tiempo del relato. Tiempo no lineal sino lógico, tal vez el tiempo del “reloj de los sueños”, que envuelve a los personajes en un espacio que se va construyendo a partir de los diálogos. Así el dispositivo escénico establece la relación necesaria con el texto; algunos pocos elementos que permite movimiento interno de la obra: pilas de diarios, una silla, un viejo teléfono y un jarrón con largas ramas secas, ramas secas con las cuales el escritor parece tejer la historia entre sus dos pasiones: Clara y la escritura.
1 La textualidad se mueve en un absurdo existencial por la problemática de sus personajes y un absurdo de amenaza por un afuera que los personajes niegan hasta el final, y que hace que el tiempo real de sus vidas este signado por un acontecimiento que corre en una temporalidad diferente.